"¡CRISTO HA MUERTO!"
ESTÁ BIEN MUERTOOO...!!!
El negro ensueño dura ya siglos. Los hombres, renegando de la naturaleza, ha buscado en la privación, en la vida torturada y defiende, en la divinización del dolor, el remedio de sus males, la fraternidad ansiada, creyendo que la esperanza del cielo y la caridad en la tierra bastarían para la felicidad de los cristianos.
Y he aquí el mismo lamento que anunció la muerte del gran Dios de la naturaleza, volvía a sonar como si reglamentase, con intervalos de siglos, las grandes mutaciones de la vida humana. "¡Cristo ha muerto!... ¡Cristo ha muerto!" -Sí; ha muerto hace tiempo -continuo el revelde-. Todas las almas oyen este grito misterioso en el momento de desesperación. En vano suenan las campanas cada año anunciando que Cristo resucitado... Resucita solo para los que viven solo de su herencia. Los que sienten hambre de justicia y esperan miles años de redención, saben que está bien muerto y que no volverá, como no vuelven las ferias y veleidosas divinidades griegas.
Los hombres, siguieronle, no habían visto un horizonte nuevo: solo cambiaban el exterior y el nombre de las cosas. Las humanidad contemplan a la luz cenicienta de una religión que maldice la vida, lo que antes había visto en la inocencia de la infancia. El esclavo redimido por Cristo es ahora el asalariado moderno, con su derecho a morir de hambre sin el pan y el cántaro de agua que su antecesor encontraba en la ergástula (prisión que existía en las calles de la antigua Roma). Los mercaderes arrojados del templo tenían asegurada la entrada en la gloria eterna y son los sostenes de toda virtud. Los privilegiados hablan del reino de los cielos como de un placer más que añadir a los que disfrutan en la tierra. Los pueblos cristianos se exterminaron no por los caprichos y los odios de sus pastores, sino por algo menos concreto, por el prestigio de un trapo ondeante, cuyos colores les enloquecen. Se matan fríamente hombres que no se han visto nunca, que dejan a sus espaldas un campo por cultivar y una familia abandonada; hermanos del dolor en la cadena del sin otra diferencia que la lengua y el color del lugar de nacimiento.
En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pulula en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloran de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz llorosa se enciende como pavesas en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan miran los balcones iluminados de los edificios o siguen el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salen de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repite en sus oídos, que zumban de debilidad: "No esperéis nada: "¡Cristo ha muerto!"
Y el obrero sin trabajo al volver de su frío tugurio, donde le aguardan los ojos interrogantes de la mujer enflaquecida, se deja caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. "¡Pan, pan!" Le dicen los pequeños esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: "¡Cristo ha muerto!"
Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, duda bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se dice que es mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso el dios que no ha hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme obligado a matar en nombre de cosas que no conoce, a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en
un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados a miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también piensa con estremecimientos de disimulado terror, "¡ Cristo ha muerto!" Y solo quedan los expulsados de templo... Los vividores de los cuentos, porque "¡Cristo ha muerto!" ¡Sí, está bien muerto!!!...
ESTÁ BIEN MUERTOOO...!!!
El negro ensueño dura ya siglos. Los hombres, renegando de la naturaleza, ha buscado en la privación, en la vida torturada y defiende, en la divinización del dolor, el remedio de sus males, la fraternidad ansiada, creyendo que la esperanza del cielo y la caridad en la tierra bastarían para la felicidad de los cristianos.
Y he aquí el mismo lamento que anunció la muerte del gran Dios de la naturaleza, volvía a sonar como si reglamentase, con intervalos de siglos, las grandes mutaciones de la vida humana. "¡Cristo ha muerto!... ¡Cristo ha muerto!" -Sí; ha muerto hace tiempo -continuo el revelde-. Todas las almas oyen este grito misterioso en el momento de desesperación. En vano suenan las campanas cada año anunciando que Cristo resucitado... Resucita solo para los que viven solo de su herencia. Los que sienten hambre de justicia y esperan miles años de redención, saben que está bien muerto y que no volverá, como no vuelven las ferias y veleidosas divinidades griegas.
Los hombres, siguieronle, no habían visto un horizonte nuevo: solo cambiaban el exterior y el nombre de las cosas. Las humanidad contemplan a la luz cenicienta de una religión que maldice la vida, lo que antes había visto en la inocencia de la infancia. El esclavo redimido por Cristo es ahora el asalariado moderno, con su derecho a morir de hambre sin el pan y el cántaro de agua que su antecesor encontraba en la ergástula (prisión que existía en las calles de la antigua Roma). Los mercaderes arrojados del templo tenían asegurada la entrada en la gloria eterna y son los sostenes de toda virtud. Los privilegiados hablan del reino de los cielos como de un placer más que añadir a los que disfrutan en la tierra. Los pueblos cristianos se exterminaron no por los caprichos y los odios de sus pastores, sino por algo menos concreto, por el prestigio de un trapo ondeante, cuyos colores les enloquecen. Se matan fríamente hombres que no se han visto nunca, que dejan a sus espaldas un campo por cultivar y una familia abandonada; hermanos del dolor en la cadena del sin otra diferencia que la lengua y el color del lugar de nacimiento.
En las noches de invierno, la gran muchedumbre de la miseria pulula en las calles de las ciudades, sin pan y sin techo, como si estuviese en un desierto. Los niños lloran de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz llorosa se enciende como pavesas en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan miran los balcones iluminados de los edificios o siguen el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salen de las fiestas de la riqueza. Y una voz, tal vez la misma, repite en sus oídos, que zumban de debilidad: "No esperéis nada: "¡Cristo ha muerto!"
Y el obrero sin trabajo al volver de su frío tugurio, donde le aguardan los ojos interrogantes de la mujer enflaquecida, se deja caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. "¡Pan, pan!" Le dicen los pequeños esperando encontrarlo bajo la blusa raída. Y el padre oía la misma voz, como un lamento que borraba toda esperanza: "¡Cristo ha muerto!"
Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, duda bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se dice que es mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso el dios que no ha hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme obligado a matar en nombre de cosas que no conoce, a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en
un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados a miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también piensa con estremecimientos de disimulado terror, "¡ Cristo ha muerto!" Y solo quedan los expulsados de templo... Los vividores de los cuentos, porque "¡Cristo ha muerto!" ¡Sí, está bien muerto!!!...
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