domingo, 21 de septiembre de 2014


Utopías @narkistas

 

DE CÓMO UN DISCURSO JURÍDICO

PUEDE SER CAUSA DE LA NARRACIÓN DE

UNA HISTORIA

 

           En un centro de la villa y corte, y en el más elegante de sus salones varios individuos del mismo se ocupaban, con algún calor, de la notabilísima oración pronunciada en el Senado por el catedrático Sr. Comas con motivo de discutirse en dicho cuerpo el proyecto de Código civil. La novedad de la doctrina expuesta, con la brillante forma, y el triunfo conseguida por el docto profesor, eran también motivo de comentarios y observaciones.

            Había conformidad en considerar la importancia del acto, pero cada crítico –y todos los del corro lo eran-,  tenía sus opiniones propias y opuestas, había, por tanto, toda la discordancia de pareceres que caracteriza a la época actual, acerca de las doctrinas manifestadas por el Sr. Comas.

            -Lo que más me sorprendió, decía uno de los circunstantes es que se haya significado con socialista y que, desdeñosamente, haya dicho:

            -“Y señores, ¿quién es ya individualista?”

            -Si no hubiera otras manifestaciones más caracterizadas- , agregó otro; si a esa se hubiera limitado… pero ha dicho más; ha dicho: “hoy todos los movimientos y las aspiraciones todas de la ciencia, van encaminadas a bien distinto objeto que al desarrollo del individualismo.”

            -¡Ha dicho mucho más! –repuso un señor delgadito, enteco y ya entrado en años, puesto que pidiendo garantías contra el poder ejecutivo, ha consignado las siguientes frases: “Yo tengo desconfianza de todos los poderes.”

            -Pues al ocuparse de las personas nos dijo: “¿Y cuántas personas hay?” “¿Cuántos sujetos de derecho hay en la vida?” “¿Cómo se ha de negar que al lado del hombre físico, del hombre individual, existe un ser colectivo o asociación?”

              -¡Pero, y los aplausos con que recibió el Senado la magnífica descripción que hizo de las personas jurídicas a que llamó entidades colectivas!

             -¿Parece que usted recibe esas manifestaciones con fruición?

             -¡Como que son, en mi sentir, la fiel expresión de los adentros de la ciencia judicial!

             -¿Pero usted se ha fijado en que el Sr. Comas rechaza el individualismo?

             -Por eso me agrada su discurso.

             -¿Qué en su opinión las corrientes de la ciencia van hoy por camino diametralmente opuesto a…

              -Ya lo creo como que va por…

              -¿Qué desconfía de todos los poderes…

              -Y tiene sobrada razón para ello el Sr. Comas.

             -¿Y que pide el reconocimiento legal en el futuro Código civil de las asociaciones, como personas colectivas…

             -Con ello justifica una vez más, el Sr. Comas, la superioridad de su sentido jurídico y la suma descripción que le caracteriza.

             -No discuto esas cualidades, y mucho menos las niego; ¿pero eso es práctico?

             -Y oportuno.

             -¡Oportuno!...

            -¿Cuándo mejor ocasión, que ahora, que se trata de la coalición civil de España?

            -¿De modo que lo dicho por el Sr. Comas lo juzga usted practico y oportuno?...

            -Acabo de manifestarlo.

            -¡Cuánto puede, señores, la pasión humana!...

             -¡buena prueba de ello estamos dando nosotros!

               Durante unos segundos reino un profundo silencio en el corro y al cabo del cual se oyeron algunos suspiros y se observaron significativos movimientos de impaciencia.

              -Convengamos, señores, en que vivimos en un periodo histórico tristísimo. Las afirmaciones de hoy, tanto científicas y jurídicas y literarias, son la negación rotunda de lo de ayer, y esto no puede contemplarse con resignación. ¿A caso es baladí la desaparición de todas las tradiciones, de todas las creencias, que al nacer le arrullaron a uno y, encarnando en nuestra conciencia, determinaron nuestras costumbres, nuestras leyes y por consiguiente nuestra organización:

              ¡Qué gran cosa es la muerte! –interrumpió uno.      

          -¡Es preferible morir a contemplar este desquiciamiento general! –añadió otro.

          -Solo hay una cosa permanente en estos momentos. La duda.

         --Si ciertamente, sí, la duda es la soberana absoluta de nuestros pensamientos, y por consiguiente de nuestros actos.

         -¡Y todos estamos contaminados de ella!...

         -¡Dichosos los que creen!

         -¡Bienaventurados los que dudan, porque ellos piensan!

         -¡Pero es posible, amigo, que con la risa en los labios diga usted cosas tan terribles!

          -Deba serlo cuando usted lo afirma.

         -¡Estamos perdidos! –dijo el anciano delgadito y enteco.

         -Completamente, -corearon algunos de los circunstantes.

         Y el silencio volvió a reinar como señal inequívoca de abatimiento de aquellos espíritus.

       -¿Quieren de ustedes que les relate una pequeña historia que acaso sirva para que abandonen por un momento la pesadumbre que les mortifica y aún disculpe mi eterno dudar?

          -Sí, hombre, si, venga ese cuento.

       -Pues con su permiso comenzaré.

          Dicho esto, cada uno de los circunstantes procuró buscar la posición que juzgó, más cómoda para escuchar al narrador, que tenía fama de serlo a pesar de sus empedernidas dudas.

      -¡No cree, -decían de él-, pero narra bien!

      -El narrador, contemplando la indolencia de sus oyentes, murmuró-  ¡¡¡si, estos sensualistas se tienen por creyentes!!! ¿Qué han de creer?

 

 

Valle de… Su situación

Geográfico- Estratégica

 
H

ay un rinconcito en España, un ameno y feracísimo valle, que goza de un excelente clima y está regado por un caudaloso rio que, deseando acumular más belleza en aquel envidiado sitio, tiene en su término varios saltos de agua elaborados y preparados por la misma naturaleza.

          Sus habitantes eran y siguen siendo sobremanera pacíficos y honradísimos; conocían, por referencia, los delitos, pero, eso sí, eran poco ilustrados; ignoraban todos  o cuasi todos los adelantos científicos; tenían por deber el trabajo y trabajaban sin descanso; santificaban las fiestas, honraban sus padres y sentían verdadero temor de Dios.

           Más con tener tantas virtudes, les ocurría que siempre Vivian pobremente. Desconocían las condiciones geológicas del terreno y como la propiedad estaba muy dividida, -todos los vecinos tenían su peguijal-, cada uno de ellos procuraba recoger el trigo o centeno necesario para el consumo anual, otro tanto sucedía con las hortalizas, legumbres y animales domésticos. A nadie se le había ocurrido aprovechar para el riego, el agua del poderoso rio que cruzaba el valle y no pudiendo ser calificados de pobres de solemnidad y si de contribuyentes por territorial, no eran, en puridad, si no en pobres mendigos que vegetaban, gracias a su laboriosidad individual, perseguidos siempre por el hambre.

          Estos eran los datos geográfico-estratégicos  que se podían suministrar del valle de… a los comienzos del reinado de Isabel II.

          El vigor y la energía de los naturales del valle de… era característico, pero señalábase, entre todas, una familias compuesta de un vecino de vigorosa constitución, casado con la mejor moza del valle, no menos robusta que él, de una fecundidad digna de especial mención, tenía la costumbre de dar a luz cada dos años y más de una vez le ocurrió regalar dos hijos a su marido de un solo parto.

          La buena moza criaba a pecho a todos sus hijos, y si bien, cuando tengo el honor de presentársela a ustedes,  tenía entre varones y hembra nueve, ni su vigor ni su belleza habían desmerecido, y como su hombre, -frase de la tierra- , seguía cada vez más robusto, suponían las comadres Delvalle, que al fin y a la postre, Mariona, -así llamaban a la buena moza-, llegaría a sentar a su mesa más de una docena de hijos.

           Los bienes de fortuna de esta familia no habían mejorado con la fecundidad de la esposa, a pesar de la infatigable actividad del esposo; y el pan, que según algunos, traen los hijos debajo del brazo, al venir al mundo, los de Mariona se lo habían olvidado, o por su desdicha habían llegado tarde al reparto.

          En atención a lo expuesto, se comprende muy bien que la situación económica de este hogar fuera cada día mucho menos mediana, y que Pensativo,- así llamaban en el valle al hijo mayor de Mariona-, aguzase su ingenio a maravilla para ayudar a sus padres a sostener las cargas de la familia.

          Pensativo era sobradamente reflexivo para su edad, -14 años-, y con frecuencia buscaba la soledad para entregarse a sus reflexiones, que eran como un modo de ser habitual de tan pequeña criatura.

          De aquí el alias con el que en el valle era conocido.

          El muchacho era listo y un tanto reservado; sabía leer correctamente y escribir con ortografía, -gracias al cura-, se me olvidó manifestar a ustedes, que en el valle no había escuela, aún hacia más, puesto que llevaba, adiestrado por el párroco, los registros de nacimientos, casamientos y defunciones de la parroquia, con una correctísima letra cursiva española que no había más que pedir.

          Poco, pero algo, le valía a Pensativo esta ocupación eclesiástica  bajo el aspecto positivo, pero en consideración y afecto le producía mucho más el ser amanuense del cura. Todas las madres que deseaban tener noticias de los pedazos de sus entrañas, a la sazón en el servicio militar, acudían a el y le llamaban a sus casas para escribir a sus hijos aquellas infinitas tonterías que tenían necesidad de participarles.

          Esto ocurría con alguna frecuencia; y cuantas veces: aquí un pedazo de pan; allí un puñado de almortas; en esta casa, algunas patatas; en la de más allá; un poco de manteca, ¡cuántas veces aquel niño fue la providencia de la casa!

          Esta multiplicidad de ocupaciones no le privaba a Pensativo de ayudar a su padre en las tareas agrícolas. Aquel muchacho tenía tiempo para todo, hasta para entregarse de su ocupación favorita, que no era otra, si no la de averiguar el porvenir que le esperaba si por cualquier agudeza de las suyas no lograba emigrar del valle…

          El marido de la buena moza, allí conocido por el de la Mariona, vivía sin aspiraciones, limitado a trabajar, a comer lo que esta le ponía en la mesa, querer mucho a sus hijos y seguir ciegamente las inspiraciones de su mujer.

          Mariona era el alma de la casa; y siendo en lo físico una persona digna de especial mención, en lo intelectual, por intuición, era muy superior al marido y a sus hijos; así que, sin darse cuenta estos y aquella del suceso, es lo cierto, que en aquel hogar todos obedecían, reconocían y acataban la autoridad paterna vinculada exclusivamente a la buena moza.

          En lo moral, no había distinciones en la familia, todos eran a cual más prudente, laboriosos y honrados.

          Nada tan gráfico ni tan expresivo como el pueblo al calificar  una persona o un hecho histórico, y grandes enseñanzas acerca de este partículas nos da la historia antigua y la moderna, así que distinguiendo las gentes del valle de… que en casa de la buena moza había una personalidad superior, para designar a su marido decían Pedro, el de Mariona; y a los hijos del matrimonio, excepción de Pensativo, los chicos de Mariona.

          Las gentes del Valle de… distinguían o entreveían en el niño su carácter y no lo confundían con el resto de la familia, tenían razón.

 

 

 

PENSATIVO

 

IV

         

 

          Pasaron dos años y pensativo observó que la miseria era el estado normal de las gentes del Valle de… todos eran muy pobres: bonísimos cristianos; confesaban y comulgaban por pascua florida, oían misa todos los domingos y fiestas de guardar, trabajaban sin descanso en las labores agrícolas, únicas a las que se dedicaban, pero la divina Providencia solo les daba salud y robustez; los matrimonios eran a porfía a cual más fecundos.

                   La población, por tanto, aumentaba que era una bendición de Dios, pero como los medios de alimentarla no seguían esta progresión, resultaba una maldición económica. Pensativo no conocía la terrible frase de Malthus, pero se preguntaba muchas veces, ¡a donde vamos a parar y pasado un rato se respondía “al cementerio extenuados de hambre!”

          La taciturnidad de Pensativo aumentaba: apenas si como niño había jugado con sus compañeros los otros muchachos del Valle, pero ya mocito, menos aún. En sus ratos de amargura se encerraba en la iglesia y pedía a Dios, o le librase de aquel sufrimiento interno, que le había producido el alias con que era conocido en el lugar, es decir le arrancase del cerebro su facultad pensante, o le diera una idea salvadora que librase a sus convecinos del desastroso fin que preveía.

          ¡Morir de hambre su padre y su madre! Morir de hambre sus hermanos. Sus parientes, sus vecinos. ¡Eso era horrible!

          Pensativo estaba cada vez más pensativo, y, o Dios no le escuchaba, o no era digno de alcanzar la merced que pedía, porque ni el encontraba medios para evitar la catástrofe, ni los del Valle de hacer más fructíferas sus tierras… solo las mujeres, eso sí, eran cada día más fecundas!...

          Pensativo estaba desesperado, y aunque leía los libros del señor cura, estos no le sacaban del atolladero, porque a pesar de ser muy católico, apostólico y romano, sin darse cuenta de ello aspiraba a que sus semejantes existieran sobre la corteza terrestre lo mejor posible. Y los libros del seños cura consideran como transitoria la estancia del hombre en la tierra, un valle de lágrimas el planeta, y predecían un más allá, dichoso, feliz, e imperecedero, en la otra vida.

          No está averiguado si Pensativo dudaba o no de esta doctrina: pero si, que, en parte, se revelaba contra ella, sin que su voluntad tomase cartas en el asunto: si al fin era volición, lo era meramente intuitiva.

 

 

 

LA LLEGADA  DEL INDIANO

 

V

 

          Aconteció un hecho extraordinario en el Valle y fue ocasionado por la llegada de un indiano.

          Ustedes saben que estos son aquellos más afortunados de sus compañeros de emigración que vuelven a su país repleto de oro, a descansar de las luchas y fatigas que les ha costado tan vil metal.

          El indiano hizo su entrada triunfal en el Valle. Su familia, sus vecinos, hasta el señor cura le adulaban y agasajaban a porfía. Por algunas semanas no hubo otro ídolo ni otra conversación; y escuchando a unos y a otros Pensativo vino en cuenta que había un país que se trabajaba y se podía acumular moneda circulante igual a la que el indiano había traído y que podía y que le permitía tener como criados a todos los habitantes del Valle de… y hasta construirse un palacio en el sitio más pintoresco y ameno donde darse vida regalona y muelle.

          La construcción del palacio del indiano cambió al las condiciones de los habitantes del Valle de… y mientras esta duró de dieron algunos jornales, Pensativo no fue de los últimos que ganase lo suyo. Sopo el Indiano, -la fama pública trascendente-, que Pensativo era muchacho que entendía letra, y lo utilizó con semejante motivo, diversas veces como amanuense de su correspondencia, y a causa de ello vino este en conocimiento de muchas cosas que jamás pudo imaginarse.

          Vio y aprendió, por si mismo, que los hombres de diversos puntos estaban en relación comercial, y que por medio de cartas, ordenas y letras de cambio se remitían fondos sin que la moneda tuviese que hacer otro cosa que estar en caja a disposición del tenedor de la una o de la otra;  y esto ciertamente le maravilló; no lo entendía, pero observó que el Indiano remitía a Santander letras sobre la Habana, y que el corresponsal de Santander le remitía otras sobre cierta villa inmediata a donde iba en persona  el Indiano a cobrar unas veces o de los materialistas que le abastecían de piedra o cal o madera, para la construcción de su palacio iban a cobrar de su orden el importe de sus cuentas,

          Alguna vez el Indiano quiso entablar conversación con Pensativo, pero no era asunto muy fácil, puesto que contestaba monosilábicamente, sin insolencia ni timidez en cuanto era preguntado, realizaba sin negligencia ni descuido alguno cuanto era de su cargo; en una palabra, cumplía a conciencia con su deber y seguía como siempre taciturno y reflexivo.

          El Indiano se había construido su palacio, según decía, y el trabajo extraordinario del Valle había terminado. Pensativo venía siéndolo cada día más; aumentaban los ingresos del señor cura; las necesidades de los habitantes del Valle también; el caudaloso rio seguía su primitivo curso;  los saltos de agua se perdían desapercibidos de todos, y la tierra, aunque aunque trabajada con

el azadón y regada con el sudor de los hombres, seguía empeñada en producir poco centeno y menos trigo. Que era lo que las gentes del Valle se empeñaban a su vez en que produjera; que hubiera pan para el año. ¡Que menos podían pedir a Dios a trueque de tantos trabajos!

          Pero Dios no les escuchaba, las cosas iban de mal en peor.

 

PORPOSICIONES  DEL  INDIANO  A  PENSATIVO

 

 

VI

         

         Cuando el Indiano paseaba a pié, todos los desocupados del Valle le daban escolta,  considerándose muy honrados por ello; cuando salía a caballo, de todas las heredades por cuya inmediación pasaba, salían voces diciéndole “¡Buenos días tenga usted!” “¡Valla usted con Dios!” “¡Usted lo pase bien!” a lo que contestaba dando un ligero movimiento de cabeza. Solo Pensativo se distinguía entre todos; nunca le aduló ni le temió; si le hallaba al paso le saludaba con un “¡Buenos días tenga usted!”  Llevándose la mano al sombrero. Pero fuera por la especialidad del carácter del muchacho, fuera porque juzgase bien el el Indiano de su disposición natural, debió más de una vez pensar en él porque un día que pasaba a caballo por una heredad donde a al sazón trabajaba Pensativo, se estableció entre ambos el siguiente diálogo:

-Te gusta la vida del campo. Pensativo.

-No puedo tener otra, -contestó el muchacho.

-Quiero decir si te gusta el trabajo.

- El trabajo sí señor.

-Pero, el de camp.

-¿En qué puedo ser útil yo, si no sirvo para el campo?

-Eso es largo de contar. ¿Te gustaría correr tierras?

-Me gustaría ganar lo necesario para que mis padres y mis hermanos no vivieran tan infelizmente.

-Pues eso es imposible en el Valle.

-Así lo creo.

-¿Y qué piensas para el porvenir?

-Mucho.

-¿Pero tienes algo resuelto?

-Nada.

          -¿Por qué? - Porque aunque medito mucho no hallo como salir del atolladero. Sé que estamos mal; deduzco que estaremos peor andando el tiempo, pero soy tan infeliz que no acierto a encontrar el modo que mejore nuestra situación.

          -Tú puedes mejorar la tuya emigrando.

-¿Dónde?

-A la América del sud.

-No tengo medios para el pasaje.

                    -Yo te los anticiparé, si quieres, y te daré recomendaciones que te sirvan de algo.

Pensativo reflexionó u dijo:

-Deme usted tiempo para contestarle.

-Toma el que te plazca.

-Mañana contestaré a usted.

-Pues hasta mañana.

          Picó espuela el Indiano y se alejó de aquel sitio.

          Pensativo reanudó su trabajo de cava con un vigor que aumentaba por momentos; a cas veía ya claro en el asunto que le traía hace algunos años preocupado; a caso tenía la una solución porque tanto suspiraba.

 

 

EL  CONSEJO  DE  FAMÍLIA

 

 

VII

         

Cuando llegó el final del día, reunió sé, como de costumbre, toda la familia de la Mariona; cenaron unas sopas de ajo, y cuando se hubo terminado tan frugar cena, dijo Pensativo:

          Madre, el Indiano me ha ofrecido recomendarme, si me quiero ir a América del Sud.

          Mariona miró sorprendida a su hijo; casi había perdido el metal de su voz, y le dijo:

-¡El Indiano te ha ofrecido!

-¿Y tú que has contestado? –interrogó el padre de Pensativo.

     -Que no tenía dinero para el pasaje, y el Indiano se ofreció a prestármelo.

     -¿Y qué has contestado? –dijo Mariona, con ansiedad.

     -Que lo pensaría, ofreciendo mañana como verificación.

    -¿Y qué vas a contestar?

    -Lo que usted quiera, Madre.

          -Discutió se largamente aquella noche en consejo de familia. Mariona no se atrevía a dar opinión, pero el padre de Pensativo manifestó que debía aceptar los ofrecimientos del Indiano. Sus hermanos le envidiaban y sentían no hayarse en su caso para resolver afirmativamente; solo Mariona dudaba ¡Era madre!

-Quien sabe la suerte que el porvenir aguarda a mi hijo –decía.

 

 

 

 

PENSATIVO EMIGRA

 

 

 

VIII

 

 

          Pensativo, acompañado de su padre visitó al día siguiente al Indiano y quedó aceptada la proposición.

          Poco tiempo después se despedía de su madre, diciéndola estas palabras:

          Madre, volveré de América rico, o no volveré, pero si vuelvo no será para rodearme del fausto, vivir en la holganza procurándome toda clase de goces; no, madre, esa me parece pequeña ambición, la mía es grande.

          Mariona anegada en lágrimas, silo pudo contestar a su hijo estrechándolo en sus brazos comiéndoselo a besos; era para ella, decía, la despedida eterna.

          Pensativo partió del Valle, y dos meses después llegó una carta suya de Cuba; estaba en la Habana, con salud y trabajando.

 

 

 

 

PENSATIVO EN AMÉRICA

 

 

 

IX

 

           A los fines de esta historia no importa detallar la vida de Pensativo en América,  basta narrarla a grandes trazos; por hoy solo diré a ustedes que la esclavitud le horrorizó y decidió morir pobre, antes que confundirse con los negreros, sus cómplices y servidores. Con tales propósitos claro es que los medios de Pensativo no serían muchos en la Habana; basta decir que más de un día no se desayunó,

          El trato de gente, la continua lectura de toda clase de periódicos que podía haber a la manos siempre que estuvieran en lengua castellana, y las adversidades, habían hecho de un muchacho de 17 años, un hombre maduro,  gracias a su cualidad dominante: cada día era más reflexivo y más serio, no pecó de tonto el que en el Valle le puso el apodo de Pensativo, pero si le hubiera podido observar en la Habana, hubiera dicho: “con razón le puse el alias.”

          Después de muchas luchas con la adversidad, un día desembarcó en el puerto un príncipe ruso que debía ser poderosísimo, el cual viajaba con un propósito científico; tropezó con Pensativo, que de oídas y gracias al trato que tenía con unos trabajadores franceses, entendía algo el idioma de Kropotkin y alguna que otra frase rusa dejaba escapar de sus labios.

          El Príncipe era un sabio, Pensativo le fue simpático primero, luego útil, de cuyas resultas al cabo de algunas horas le propuso que fuera su intérprete y el muchacho lo aceptó. Cuando el ruso recorrió toda la isla, después de dos años de continuas excursiones,  obtenía la estimación del Príncipe, que halló en el un excelente ayudante de herborización, y ya conocía, a más de la flora de Cuba, gramaticalmente el francés y el ruso, cuyo profesor había sido el mismo Príncipe, que estaba prendado de todas sus buenas cualidades, pero muy especialmente de sus dignos procederes. El acierto con que ejecutaba cuanto se le encargaba, y la dignidad y afecto con que trataba al Príncipe ruso, eran también  muy apreciadas por este, que al decir de las gentes más parecía su amigo que su jefe.

          Tan pronto como mejoró la suerte de  Pensativo, se reflejó el suceso en el hogar de Mariona, y sus hijos iban a la escuela de ptro lugar más afortunado, legua y media del Valle de… porque Pensativo lo mandaba. Hasta el señor cura recibía de vez en cuando desde el otro mundo, recuerdos de aquel discípulo suyo. Claro es que al Indiano le fue religiosamente satisfecho su préstamo.

          Así trascurrieron algunos años: Mariona reunía en la mesa once hijos, pero el recuerdo de Pensativo embargaba su memoria, y las cartas de este eran esperada con verdadera ansiedad. Ya no estaba en Cuba; Hbía recorrido con el sabio ruso toda la América; había vuelto a Europa y esperaba tener ocasión muy pronto de visitar a su familia, aunque por pocos días.

          La noticia circuló rápidamente y las gentes de Valle de… recibieron grata satisfacción con el anuncio del pronto regreso de Pensativo.

          Pero transcurrió el tiempo fijado para ello y Pensativo no llegó, y poco después cesaron de llegar sus cartas y con ellas las remesas de fondos que por su orden le hacía periódicamente una casa de banca Santander.

          Los hermanos y los amigos de Pensativo le juzgaron muerto; y como no, y como no si trascurrieron meses y años sin recibir noticias suyas.

           Solo Mariona, aunque vertiendo abundantes lágrimas,  decía a su marido:

-Yo no puedo creer que haya muerto mi hijo.

     -¡Ojala no te equivoques!  -respondía su marido.

          El señor cura, como todos los vecinos del Valle de… eran de distinta opinión de ello asistiendo a la misa solemne de difunto que dijo el señor cura para el descanso del alma de su querido discípulo.

 

 

EL FORASTERO

 

 

X

 

            No era ciertamente aventurada la creencia de las gentes  del Valle de… ¿siendo Pensativo, -decían ello-, tan buen hijo, como explicar su silencio?

          -¡Ni cartas ni dinero! –Decían las comadres- , qué duda tiene… Pensativo ha muerto.

          El tiempo se encargó de justificar esta creencia: pasaron muchos más años y no se recibieron noticias de Pensativo. La buena moza se transformó en una buena vieja, su marido otro tanto, y los chicos de Mariona proporcionaron a esta el placer de tomar estado y regalarla una preciosa colección de angelitos de sonrosadas mejillas y rizados cabellos que voceaban alegremente al divisarla-, ¡Abuelita! Las gentes del Valle de… llamaban a los infantes los nietos de Mariona. L a personalidad de la buena moza no había declinado a pesar de los años trascurridos.

          Una tarde de otoño llegó al Valle de…  un viajero de largo cabello y áspera barba, uno y otro poblado de numerosas canas. Venía jinete de un caballo blanco, y de su garzón pendían unas alforjas sumamente repletas según su volumen.

          El viajero próximo al caserío del Valle de… se detuvo algún tanto, y sin apearse estuvo contemplando todo el terreno,  hubo un momento en que pareció dudar cual sería la dirección que debiera tomar. Su indecisión fue breve, y secando el sudor con el pañuelo, o las lágrimas de sus ojos (no está averiguado esto), espoleó el caballo con el que desea salir pronto de un mal paso, y a poco se apeaba en la puerta de Mariona, pidiéndola hospitalidad, prev  io abono de lo que fuera regular.

           -Señor, yo no tengo casa suficiente ni medios bastantes para recibir pupilos.

     -Tengo sobrado de estar a cubierto de la intemperie.

          -Pues pase usted, señor, dormirá en la cama que le guardo a un hijo de mis entrañas, há muchos años ausente, a quien todos creen muerto y yo también a veces… y otras que le he de ver y abrazar todavía vivo y sano.

          -Ojala sea así, señora: y diciendo y haciendo metiose en la casa y condujo su caballo a la cuadra sin dudar un solo momento, y por el contrario, como si a ello estuviera acostumbrado.

          Mariona brindó al forastero con la cama que siempre tenía prevenida para su hijo, pero este se limitó a sentarse al lado del hogar sin hablar palabra.

          Llegó poco después el marido de Mariona del campo, y esta y esta le enteró del pupilo que se les había entrado por la puerta, con cuyo motivo, y para hacer la presentación, preguntó al viajero su nombre y este contestó llamarse Luis Sandoval.

          Mariona, a pesar de sus 69 años estaba ágil y fresca; mas achacoso se hallaba su marido pero sin embargo se “resistía”, según decir suyo, a las injurias del tiempo.

-¿Qué cenará el señor?  - le dijo Mariona.

-Lo que ustedes cenen.

-El caso es, -dijo su marido-, que nosotros cenamos sopas de ajo.

-Hace muchos años que no las he comido y durante mi juventud fue

 mi plato favorito.

-Será usted castellano viejo.

-Si señora.

-Ya se conoce, Y ¿Qué más quiere usted?

          Que ustedes me acompañen, a abrir boca, con las sopas de ajo, y a cenar con el contenido de algunas latas que traigo en las alforjas en compañía d unas botellas de vino que desocuparemos también, si ustedes gustan.

          -¿Pues no hemos de querer?

          -Advierto a ustedes –añadió el viajero-,  que no tengo prisa en cenar.

          -Las sopas de ajo están hechas, en un verbo.

          -Pues en el ínterin yo iré abriendo las latas; y diciendo y haciendo así comenzó a verificarlo.

          -¿No tenían ustedes más hijos que el ausente? –preguntó el forastero.

          -Sí, señor, once más. Y todos varones, -contestó el anciano

          -Excelente madre, repuso el forastero; -y ¿viven todos?

          -Todos… No tardaran en venir; ya verá usted que buenos mozos son, -dijo con cierto énfasis Mariona. Ya están todos…  de todos, señor, tengo nietos.

          -Es usted muy feliz entonces.

          -¡Ay señor! Hecho muy de menos a mi Pensativo… a mi hijo el ausente.

          -Que terca eres Mariona, que terca eres, -articuló el anciano.

          -Señor, mi marido me llama terca porque yo, a pesar del tiempo trascurrido, sigo esperando a mi hijo.

          Poco a poco, como había dicho mariona, se fueron presentando sus once hijos, sanos robustos y rudos campesinos, que tan pronto como estuvieron las sopas de ajo, a disposición de sus padres se dispusieron a tomar una cucharada y así hicieron, y tras la cucharada de sopa fueron saboreando las conservas que contenían las latas abiertas y desocupando las botellas de Burdeos que el viajero traía consigo.

         - ¡Bueno es, señor! – dijo Mariona al saborear el primer vaso que le ofreció el viajero.

          -¡Buen vino! –añadió el anciano al verificar lo propio con el segundo, que también le ofreció el forastero.

          -¡Bueno, pero muy bueno! – dijeron a su vez los hijos cuando les llegó el turno de beber, puesto que a todos uno por uno, les sirvió por su mano Sandoval.

          -¿De dónde es? –dijo Mariona.

          -De Francia, señora; pero en tierra de España se puede producir mejor. Solo que para ello hacen falta un poco de ciencia y algo más de dinero.

          -Pues ni lo uno ni lo otro tenemos en el Valle, -murmuró el anciano.

          -Es lamentable que tal suceda, porque, o mucho me engaño, o en este rincón tienen ustedes perdidos muchos elementos de riqueza, que en manos expertas y con medios suficientes podrían transformar el Valle en un verdadero paraíso.

          Después la conversación tomó otro rumbo.

          Nada hace tan comunicativo a los hombres como el comer y beber juntos, y así ocurrió que a las 12 de la noche, Mariona, su marido, sus hijos y el forastero eran amigos íntimos de este, a quien más de una vez habian observado aquella que se llevaba el pañuelo a los ojos como para enjugarlos y limpiarlos.

          Llegó, que todo llega, la hora de acostarse y se retiraron los hijos a sus respectivas viviendas, los ancianos y el forastero a sus lechos. ¿Durmieron? Unos si y otros no. Mariona creyó oir sollozar a Sandoval aquella nuche… contuvo su respiración… y escuchó inútilmente…todos dormían a juzgar por el silencio. ¿Era cierto?

          Fácil le será al lector calcular y resolver esta duda por si mismo.

 

 

 

LA ESCUELA DEL VALLE

 

 

XI

 

          Don Luis Sandoval se había hecho estimar de todos a los ocho días de su llegada al Valle de… seguía viviendo en casa de Mariona muy querido de esta y su marido,  y aun de sus hijos a quienes empleaba los ratos de holganza en los juegos propios del país.

          A juzgar por sus actos, debía ser muy rico: había comprado un grandísimo  terreno perfectamente  orientado, donde después de haber llegado al Valle maestros de diversos oficios, se había emprendido una obra tan grande, que no ya los vecinos, sino todos los hombres y aún los chicos de los pueblos cercanos, hallaron en ella hueco para ganar un jornal desconocido, El señor Sandoval estaba en todas partes: a todos atendía con una actividad incansable,

          Las gentes del Valle de… se preguntaban para que necesitaba el seños Sandoval un palacio tan grande, a juzgar por las dimensiones y extensión de las zanjas abiertas para los cimientos del edificio; pero ninguno se atrevía a preguntárselo.

          Los hijos de Mariona estaban ocupados en diversas atenciones a las inmediatas ordenes de Sandoval,  y eran los que  –unas veces unos y otras otros-, iban a la ciudad inmediata a cobrar letras a verificar reconocimientos en lo más áspero e ingrato de unos montes abruptos e incultos próximos al Valle, que ni retama producían. De resultados de estas excursiones  se incoaron en la capital de la provincia las correspondientes denuncias de propiedades mineras, de hierro algunas,  otras de carbón piedra; a pocos meses de la denuncia se emprendían las labores mineras con la dirección científica consiguiente y todos los medios necesarios y propios de una hábil y enérgica explotación.

          Los vecinos del valle y sus contornos estaban asombrados de los recursos metálicos del señor Sandoval, y el caso no era para menos, si se tiene en cuenta la magnitud de las obras emprendidas. Llegó un día en que el palacio, así llamado por las gente, estuvo a punto de terminarse; tenía una dimensiones grandísimas, tanto, que, según Mariona, “cabían en el, cómodamente, todos los vecinos del Valle,” y aquello “había costado ríos de oro” –“el señor Sandoval era indudablemente muy rico; no tenía fondo su bolsa; era inagotable su caja;” –decía con amargura Mariona.

          Cuando la obras de cantería y albañilería del palacio e subieron terminadas y creían los canteros y albañiles que debían abandonar el Valle, en uno de los banquetes semanales o domingueros, que se celebraban a la orilla del rio, -a la sazón en verano- , les dijo Sandoval: -Las obras no han concluido.

-¡No! –gritaron a coro todos los oyentes.

-No. Tenemos mucho que hacer aún. Debemos aprovechar los tres saltos de agua del rio, para poner tres fábricas, una de harina, y las otras dos de lo que el desarrollo de nuestros productos exija. Si responde a los cálculos científicos la producción minera tendremos que montar un alto horno de fundición, y como tenemos muchas hectáreas de terreno que se transformarán en viñedo, habrá que construir bodegas, fábricas de envases de pipería, de modo que por ahora hay trabajo por algún tiempo.

          Efectivamente, algunas semanas después se emprendieron las obras en el rio para construir las fábricas que Sandoval había anunciado en el Valle, y no faltaba trabajo.

          Se terminó el palacio hasta en los menores detalles decorativos, que se llevaron a cabo con sencillez y con buen gusto, y a poco se vieron llegar una tras otras muchas carretas cargadas de cajones, que iban recibiendo unos señores forasteros, que por disposición de Sandoval, le habitaban.

          El asombro de los vecinos llegó al colmo. ¡El palacio no era para habitarle su dueño! ¡Rareza igual! ¿Para qué pues, lo había construido? ¿Qué contenían aquellas cajas que carretas y más carretas traían casi todos los días?

-Mariona que se atrevía algunas veces a interrogar a Sandoval, le preguntó:

-¿Para quién es ese palacio señor?

-Para todos.

-Bien cabemos; pero como han venido esos señores que habitan y

 no paran de llegar carretas y más carretas conduciendo cajones de    todos tamaños, estamos todos confusos; porque la verdad, creímos que V. lo edificaba para habitarlo para su uso particular

-Afortunadamente no soy tan soberbio. Un edificio de esas dimensiones para el servicio de un solo hombre, sería un insulto a sus semejantes. Ese palacio es simplemente la escuela del Valle; esos forasteros el cuerpo de profesores de la escuela; los cajones contienen el menaje de librería de la misma  y en ella tendremos todos cabida, porque repito a usted que no es mía; es de todos y hoy mismo se pondrá a su frente la lápida de mármol que públicamente lo acredite, a al vez que titule el edificio.

-¿Cómo se va a llamar.

-Escuela del Valle.

-¡Ah señor! –dijo Mariona llorando-, Pero como siempre echo de menos a mi Pensativo… Si hubiera estado presente al oir a usted le hubiera abrazado…

-¡Sandoval se estremeció y con voz entrecortada dijo…

-¡Pues abráceme usted en su nombre!

-¿Pero usted lo consiente?

-Sí lo estoy deseando señora… ¡exclamó Sandoval.

-Yo también caramba; yo también quiero abrazarle en nombre de mi hijo, -añadió el marido de Mariona.

Y los abrazos y los besos confundieron a los ancianos y a Sandoval, Mariona, especialmente, estaba frenética. Sin la llegada de uno de sus hijos no es fácil averiguar hasta donde hubieran conducido a estos sus extremos. Desecho el grupo por la causa expresada, Sandoval, mas sereno que los ancianos, le dijo:

-Amigo mío, se han empeñado en abrazarme y he tenido que darles ese gusto.

- Y han hecho bien porque usted todo se lo merece,  -contestó el aludido.

-¿Sabes para quien es ese palacio tan grande y tan hermoso? –dijo el padre.

-No lo sé ciertamente.

- Ese palacio es la escuela del Valle  ´-añadió el anciano.

-Ay señor Sandoval déjeme que yo también le abrace.

-¡Venga otro abrazo!

- Mi hermano Pensativo decía que era muy necesaria una escuela en el Valle, pero si viera la que gracias a usted vamos a tener.

-Diría que no debía agradecérseme, puesto que quien cumple un deber, en el hecho llega la recompensa.

 

LA INDUSTRIA DEL Valle

 

XII

 

 

          Tras de la escuela se concluyeron las fábricas; las minas producían mucho hierro y mucho carbón, y se montó el alto horno. El terreno del Valle y de los contornos fue comprado por el señor Sandoval y lo plantó de viñas; se canalizó el rio y se sangró de tantos modos como fue necesario para regar todo el planteo de cepas y las huertas; se hicieron las bodegas, las fábricas de envases de toda clase, se montaron en toda su extensión las industrias vinicultora y viticultora; hasta se hizo un ferrocarril de vía estrecha que empalmaba con la línea general del  Norte. Se transformó por completo el Valle, sobraba trabajo, había por todas partes riquezas; y la escuela, adonde infantes y adultos, hombres y mujeres, todos acudían, no a transformarse en sabios, sino en seres útiles a sus semejantes,  había hecho y seguía haciendo mucho bien, proporcionando la educación integral. No había miseria ni había quien viviera del préstamo ni se dedicara a la usura; todos trabajaban, salvo los ancianos, enfermos o niños; el estado moral no podía ser mejor; el crimen estaba proscrito del Valle de…

          ¡Qué transformación había sufrido este rinconcito de tierra desde la llegada de Sandoval! ¡Habrá quien dude que era entrañablemente querido! Gracias, sin embargo, a su energía, y sobre todo a los conocimientos que difundía la Escuela. La estimación general que todos los vecinos del Valle de… le profesaban, no degeneró en idolatría. “El hombre –dijo Sandoval-, no debe ser ingrato como ne debe ser indigno,” “La ingratitud es la infamia; la adoración es una indignidad,” entre la infamia y la ingratitud está el respeto a la personalidad humana, y la primera que debe el hombre respetar y defender es la suya propia.”

          “El hombre que se arrodilla ante algo, es un miserable; el que desprecia al microscópico corpúsculo, es un idiota.” “Los que quieran se estimados de sus semejantes deben ser hombres dignos, es decir, ilustrados, trabajadores honrados y modestos.” Solía decir con gran frecuencia.” “La soberbia es el más abominable de los pecados. Huid del soberbio como del apestado, porque ese tiene en sí todas las indignidades juntas.” Y como Sandoval predicaba además con el ejemplo, sus especiales teorías eran, no solo escuchadas,  sino practicadas escrupulosamente.

          Otro tanto ocurría en el orden económico. Los productos agrícolas, los industriales, los de las minas, se exportaban a diversas zonas. Los encargados de darlos a conocer en todas partes, jóvenes ilustrados del Valle de… educados en la famosa “Escuela”  para estas y otras ocupaciones en que sobresalían sus actitudes, cumplían su cometido a maravilla. El centro de correspondencia  para  toda la industria del Valle servía  de intermedio entre los encargados y representantes referidos y los especiales de cada agrupación de productores; y de esa forma sencilla, todos los pedidos de mercancía que se hacían al Valle de… se expedían pronto y bien.

          Todavía le fue necesaria mayor eficacia y celo a Sandoval para hacer comprensible y practico a los productores del Valle de…  su teoría de la abolición del salario.

          La retribución del trabajo, -les dijo Sandoval-, es una relación humana, y como todas, puede ser justa o injusta.

          “El salario es el signo de la esclavitud del trabajador, y por lo tanto un modo injusto e inmoral de retribuir el trabajo.

          -¿Cuál es entonces, el modo justo de retribuir el trabajo? Le interpelaron.

          -La valoración, apreciada por vosotros mismos, del esfuerzo individual que cada uno habéis empleado en la realización más o menos artística del producto.

          Algo abstrusa les pareció la contestación a los productores del Valle de… pero la “escuela”, aquella poderosísima auxiliar de Sandoval, popularizó la teoría y la presentó fácil y sumamente practica, en términos, que el asunto se convirtió en tribal y sencillo. Cada oficio, de los que existían en el Valle, se reunía en asambleas periódicas y apreciaba el valor del trabajo de cada uno de sus individuos,  y durante el plazo ya determinado, esta valoración calculada de un modo uniforme en el fondo, pero diverso y vario en la forma, según la índole, naturaleza de cada trabajo y aptitud de cada trabajador, era la que apreciaba el esfuerzo de cada individuo en la elaboración del producto.

          Cuando éste necesitaba para producirse el concurso de uno o más oficios, cada uno remitía la valoración parcial de su trabajo a la comisión de correspondencia, y esta, agregando el coste de la primera materia empleada y los demás necesarios, y ya científicamente determinados de antemano para realizar el producto sin otro aumento por razón de utilidades ni beneficios, -en el Valle se produce a precio de coste-, fijaba el valor total de la cosa, que resultaba siempre en el mercado infinitamente más barata que todos su similares.

          Ese valor oscilaba con frecuencia y aún tendiendo siempre a la baja, no por depreciación del producto, sino por el mejoramiento en la manipulación, sin que el valor del trabajo hubiera disminuido.

          El estancamiento de los productos, en los años que llevaba establecida la sociedad colectiva del Valle de… no se había presentado; y como la Comisión de correspondencia era además Centro de Estadística, con los datos que suministraba periódicamente cada uno de los oficios que componían el organismo, estos determinaban, con relación a la demanda,  la producción.

          Por mayor o menor demanda, no se alteraban los valores de los productos.

          La “escuela”,  sin la que el problema intentado y realizado por Sandoval no hubiera tenido solución,  por mucho que hubiera sido su capital y tiranicos los medios que al efecto emplease, que sirvió no solo para dotar de conocimientos morales y económicos a los vecinos del Valle de… y de doctrinas exactas a cerca del Arte y de la Ciencia en todas sus múltiples manifestaciones,  que les había dado especialísimas teorías referentes a la dignidad e individualidad humanas, no había podido conseguir que los vecinos del Valle de… dejasen de considerar a Sandoval como dueño de todo cuanto en el existía y se producía.

          La “escuela”,  combatía estas carencias de un modo indirecto, explanando teorías económicas y conceptos morales que combatían el individualismo encamado en la conciencia y en el sentimiento de sus oyentes, y lo eran todos los del Valle de… en lo referente a considerar a Sandoval como propietario de todo; pero no podía conseguir tan fácilmente, como había conseguido comprender otras teorías más difíciles y abstractas, la de que todos ellos eran condueños a título de porción usufructuaria de la tierra, las fábricas y las máquinas etc., propietarios individualmente del producto integro del trabajo.

          Y no era por falta de comprensión, sino por sobra de delicadeza y agradecimiento. Alas resistencias de los vecinos del Valle de… contestaba Sandoval.

          -Estáis equivocados. La tierra, las minas, las fábricas, no son mías ni vuestras, están a disposición de todos los que queramos trabajar en ellas y hacerlas producir. Tenemos todos los hombres en condominio usufructuario meramente personal; no podemos cederle ni arrendarle; el único acto de dominio que podemos realizar libremente es el de uso. Nuestra única propiedad, en su perfecto sentido jurídico, es el producto integro de nuestro trabajo.

          “Por eso habéis observado que yo cobro y gasto, como tengo por conveniente, lo que gano; pero nada disponemos ni vosotros ni yo de lo que tenemos en usufructo”

          Los oyentes callaban, no convencidos aunque si deseosos de no molestar a Sandoval.

          La “escuela”, coadyuvando estos nobilísimos esfuerzos, les definía y distinguía jurídicamente las personalidades, que por virtud de los hechos mencionados coexistían en el Valle de… diciéndoles:

          “En este rincón coexisten con las diversas personalidades humanas o habitantes del Valle de… la social compuesta de la Sociedad colectiva. Que usufructúa y produce cuanto se fabrica en él;  constituida por cuanto a la producción contribuimos, ya manual, ya intelectualmente.

          “Por el mero hecho de ser hombres tenemos parte  proindivisa en la tierra y subsuelo, en las minas y en las fábricas; más para tenerla en los productos, necesitamos haber dedicado nuestros esfuerzos para crearlos; y así como esto es puramente individual, la percepción, para ser justa debe ser también individual”.

          Las gentes del Valle de… percibían exactamente la teoría, pero le transformación a que debían su bienestar no la concebían sin la personalidad de Sandoval ni el capital que aportó para ello.

          Sandoval confiaba sin embargo, en que la “Escuela” y el tiempo, lo conseguirían.

 

 

 

 

LA CONFESIÓN

 

 

XIII

 

           La “escuela”,  no solo dio más cultura y desarrollo a las facultades morales y materiales de los vecinos del Valle de... sino que mejorando las costumbres, aumentó sus necesidades intelectuales, muy especialmente en lo referente a la estética.

          Cada familia tenía su hogar, como sabemos; pero todas comenzaron por hallarlos antihigiénicos y opuestos a las reglas prescritas por los profesores de la “escuela”, estrechos, mal ventilados y horriblemente feos; y como tenían numerario sobrante y no abrigaban temor a que les faltase trabajo, y a mayor abundamiento estaban alimentados y disfrutaban grandísima salud, comenzaron unos y a estos siguieron otros, por derribar sus antiguas viviendas y edificar otras en que la higiene y el arte campeaban y embellecían las antiguas alamedas del Valle de…

          Sucedió con esta evolución que aquello parecía un verdadero paraíso y que si las casas eran bellísimas  exteriormente, no lo eran menos en el interior, además de estar aireadas y ventiladas como lo exige la salud pública.

          La trasformación del Valle no había podido ser más radical ni llevarse a cabo más felizmente.  Sandoval había conseguido,  en pocos años, crear costumbres e intereses. El tiempo haría lo demás. La prosperidad era cada vez más creciente; el bienestar aumentaba, y la fecundidad proverbial de las mujeres del Valle no había disminuido; su población, por consiguiente, había aumentado de un modo notable.

          Una mañana no se levantó, como de costumbre, Mariona, Sandoval, que seguía en su compañía se alarmó, pidió permiso para verla en su lecho, y claro está, no le fue negado.

          ¿Qué tenía Mariona? Nada. Pereza a caso; estaba débil; no se sentía bien. El día anterior había trajinado mucho en la casa; pero todo ello no era nada; no había que alarmarse.

          Sandoval la tomó el pulso, y aunque asintió a las manifestaciones de Mariona, no debió creerla, porque no salió de la casa en todo el día, e hizo llamar al médico, y cuando este reconoció a Mariona.

          -No es nada, -dijo; recetó y salió del aposento de la enferma con faz alegre y risueña.

          Sandoval le interrogó con la mirada. El doctor le contestó con otra que claramente se leía; ¡No hay remedio humano!

          -No es cosa que sucederá inmediatamente señor Sandoval, -le murmuró al oído-, pero la solución del problema es fatal, la edad, los muchos hilos, la ausencia a caso del tan llorado Pensativo; todas estas concausas han ido destruyendo esta naturaleza privilegiada. ¡La medicina no construye organismos.

          Sandoval debía sufrir mucho, en menos de una semana encaneció totalmente.

          Mariona, que lo observaba le dijo, riendo, un día.

          -Parece que es usted  y no yo el enfermo.

          -Pues me siento bien.

          -No lo dudo: pero las apariencias indican lo contrario.

          Ni el marido de Mariona ni sus hijos sospechaban lo grave de su enfermedad: a fuerza de cuidados y temezas de estos, de sus nueras y nietecillos que revoloteaban  al rededor de su cama, y sobre todo de la llegada de la primavera, mejoró algo y pudo abandonar el lecho primero, después apoyada en el brazo de Sandoval, dar algunos paseos por las alamedas del Valle de…

           Un día, sentados ambos en una eminencia desde donde se dominaba todo él, dijo Mariona contemplándole:

          -Si mi Primitivo resucitara no reconocería el sitio donde vió la luz primera.

          -¿No le espera usted ya? –Respondió Sandoval.

          -¡Ahí yo le espero siempre, pero espero llegue tarde!

          -¡Tarde!

          -Sí, porque cuando llegue yo habré dejado de existir.

          -¿Y quién piensa en eso?

          -Yo, hace algún tiempo.

          -¿Y por qué tan tristes pensamientos?

          -Porque tengo más tristes realidades.

          -¡Tristes realidades!

          -Sí, muy tristes, muy tristes.

          Y prorrumpió en acerbo llanto.

          -Estamos solos, -preguntó pasado un rato y con resuelta actitud- y puedo decirte toda la amargura de mi pena. ¡Tú eres mi Pensativo! Y sin embargo, no puedo… creo que no puedo decirlo en voz alta.

          -Sí, madre, sí, yo soy Pensativo… yo soy el hijo tan llorado por usted, -dijo en voz balbuceante Sandoval.

          -Hace mucho tiempo que tengo ese convencimiento, pero ¡Cuánto sufro por ello!

          -¿Por qué?

          -¿Y me lo preguntas?... ¿Cuándo un hijo oculta su nombre hasta a su misma madre; cual será la que se atreva a reconocerlo?

          Había tanta amargura, tan profundo dolor en las frases de Mariona, que Pensativo se arrodilló a sus pies, sollozando y diciendo con frase entrecortada:

          -¡Oh, madre mía! ¡Perdón! ¡Perdón!

          Mariona abrazó la nevada cabeza de su hijo y un tanto alarmada, dijo:

          -Perdón, hijo mío; ¿y de qué?

          -Del daño que sin advertirlo la he causado.

          -¿De nada más tienes que arrepentirte? –exclamó severa Mariona.

          -De nada más, madre mía; de nada más… -y reflexionando un momento, dijo: al menos, madre, mi conciencia no me acusa de nada más.

          Mariona contemplaba con éxtasis a su hijo arrodillado a sus pies, y a la vez que jugaba con sus cabellos, con la mayor dulzura le dijo, con acento en que el temor y la duda se revelaban.

          -¡De nada más hijo mío!

          -¡De nada más, madre! –repuso con altivez Sandoval, -y mi conciencia, -añadió-, no está encallecida; he procurado y procuro tenerla cada día más viva y cada vez más despierta.

          -¡Ay hijo mío! ¡Qué consuelo me dan tus palabras! ¡Qué consuelo tan grande! ¡Tú no te lo puedes figurar!

          -¡Pero madre! –exclamó sorprendido Sandoval.

          -¡Hilo, eres tan rico!...

          No hay modo de dar a conocer el acento de Marionas al pronunciar esta frase.

          Pensativo, se agitó, siempre arrodillado ante su madre, convulsamente primero, y luego reclinó su cabeza en su seno, prorrumpiendo en ahogados y profundos sollozos, Mariona también lloraba y como su hijo, parecía ocultar su rostro en su pecho, con su brazo izquierdo abrazada a su cabeza, y con con su mano derecha peinaba maquinalmente el cabello de aquel Pensativo, tan llorado y tan querido.

          La actitud de Mariona era la de la madre bondadosa, que acoge, frenética, su hijo prodigo, a la vez que la de la leona defendiendo a sus cachorros.

          Pasando un rato, Pensativo dijo:

          -Madre, yo que no me confieso a ningún hombre, quiero confesarme a usted.

          -No deseo otra cosa, hijo, ¿cuéntame tu vida?

          Pensativo refirió seguidamente sus relaciones con el Príncipe ruso, sus amistades, la instrucción que había procurado, ya con maestros ya con viajes.

          -Tan excelente hombre, -dijo-, fue más que mi protector mi padre espiritual.

          Refirió después una serie de luchas gigantescas, en todas las regiones, en todos los países, en todas las latitudes a favor de la libertad del hombre, de la emancipación, de la glorificación de la humanidad.

           Pensativo se había batido en Polonia, en Francia, en Rusia, en América, en todas partes, por la libertad y en contra de los tiranos; ¡era un escapado de la libertad! Allí había perdido a su amigo, a su padre intelectual, en medio de los más crueles sufrimientos, que al instituirle heredero de sus cuantiosísimas riquezas no le había exigido nada; pero a quien el había prometido usufructuarias, dedicándolas todas al bien de sus semejantes y su emancipación social…

          -¿De modo, hijo mío, que todas esas riquezas son tuyas?...

          -No, madre, son de todos los hombres mis semejantes.

          -Sí, si… pero quiero decir, si las adquiriste legítimamente.

          -De modo más legítimo que hoy puede darse; pero yo condicioné la adquisición, en la forma dicha, siguiendo las prescripciones de mi conciencia.

          -¡Ah! Pues siendo así, Pensativo mío, déjame que te bese una y mil veces!... ¡Bendito, bendito, bendito seas, hijo mío!

          Y Mariona besaba delirante la cabeza de su hijo, y sus ojos, y su frente, y su boca.

          -¡Oh, hijo mío! –Exclamaba-, ¡si tenía una sed rabiosa de besarte! ¡Sí, el no besarte era mi muerte!

          Luego, cogiéndole con ambas manos la frente y levantando la cabeza de su hijo, como observase sus canas prematuras, decía. ¡Pobrecito mío!  ¡Que encanecidas están! ¡As sufrido tanto! ¡Siempre amenazado de muerte! ¡Hijo de mis entrañas! ¡Siempre luchando! ¡Pareces un viejo! ¡Estás más viejo que yo!... Y Pensativo lloraba sin articular palabra. De sus ojos salían abundantes lágrimas, que Mariona, a besos, absorbía ávidamente, diciéndole, como cuando pequeñito le mecía en su regazo. ¡No llores hijito!... ¡No llores más! Y como su hijo no podía contener su llanto, Mariona, con inexplicable acento maternal. le dijo:

          -¡Es que no quiero que llores más!

          Las caricias, las temezas de la madre a su hijo fueron tantas, que Pensativo se tranquilizó, y no sin gran esfuerzo pudo exhalar, mejor que decir, las siguientes frases:

          -¡Tenía años a, madre mía, que estaba necesitando llorar!

          -¡Vaya, pues tranquilízate, hijito! ¡Tranquilízate! o llora o ríe; haz lo que quieras, hijo mío… Vamos, si estoy loquita.

          Larga y solemne pausa siguió a esta escena; Mariona manifestó deseos de regresar a su casa; y su hijo, ya repuesto, como hombre acostumbrado a sufrir rudas pruebas , la dio el brazo para que se apoyara en el.

          -¡Que feliz soy ahora! – dijo al comenzar a andar

          -Y yo, madre! ¡Y yo! –contestó Sandoval.

          -¿Pensativo, hijo mío, puedo darte ya este nombre ante todos? –le dijo Mariona.

          Pensativo dudó, y dijo:

          -Usted decidirá después de oírme.

          La conversación que siguió fue tan íntima y dicha en tan voz baja, que el narrador de esta pequeña historia no la oyó, y por ello se haya imposibilitado a referirla; solo sabe que Mariona dijo:

          -Tienes mucha rezón, hijo mío; debes terminar tu obra; no conviene, por ahora, que te conozcan… Me contendré… ¡Ni aún a tu padre le diré que eres su hijo!... ¡Mucho me costará renunciar a la embriagadora dicha de abrazarte y besarte en público!... como corresponde a una madre, que al cabo de treinta años, halla a su hijo ilustrado, rico y verdaderamente grande.

          ¡Si supieras cuanta vanidad renuncio al conservar tu secreto!... Es preciso ser madre, hijo mío, para saber lo que cuesta renunciar a interrumpir a las multitudes cuando te bendicen, diciéndolas, ¡es mi hijo!

          -Si tanto valor da usted a esa satisfacción, madre, no renuncie a ella.

          -No, no, hijo, mío; comprendo tu abnegación y aplaudo tus propósitos. Me basta con saber que eres mi hijo y que eres honrado.

 

 

 

 

 

LA MADRE Y EL HIJO ENFERMOS

 

 

XV

 

          Mariona y Sandoval llegaron a su casa, y, cosa extraña, quien los hubiera observado hubiera creído hallar mayor fatiga, más decaimiento de fuerzas en el hijo que en la madre; afortunadamente no hubo quien tal notara.

          Desde aquel día Mariona estaba más alegre; parecía que mejoraba; pero el médico dijo a Sandoval.

          -Rarezas de las enfermedades; el más pequeño accidente señalará un grandísimo retroceso.

          Los negocios fabriles e industriales del Valle de… iban cada día mejor. Las fábricas no daban abasto a los pedidos; el alto humo y la minas no cesaban un momento; el mineral, la hulla y los lingotes y los vinos tenían ya nombre en el mercado y eran muy solicitados; la administración de todo era cada vez mejor comprendida y practicada, y los trabajadores percibían el producto integro de su trabajo. Todo marchaba armónicamente, es decir, bien; el mecanismo era ya perfectamente comprendido por todos, y no había ni un solo vago, ni un vicioso en todo el Valle de…

          -¡Que diferencia de ayer a hoy! –decían sus habitantes.

          ¿Con tales elementos de riqueza en este suelo, como hemos podido vivir tan miserablemente?

          -la ignorancia era la causa de todo, -respondía Sandoval.

          La escuela por su parte, no cesaba en sus funciones y con la excelente biblioteca de la misma, no había conocimiento ignorado ni idea nueva desconocida en el Valle de… dando lugar este cultivo de la inteligencia a la demostración de muchas y muy variadas disposiciones y actitudes en sus habitantes, por virtud de lo que aumentaba el caudal colectivo de ciencia y fuerza de los antes rudos campesinos.

          Sandoval decaía visiblemente en su salud; cierto que ya no era necesaria como antes lo fue su incansable actividad y asiduidad incesante; las cosas marchaban por su propia virtualidad; pero a necesitarse, el médico aseguraba que no hubiera podido resistirlo.

          -¿Está enfermo? –le preguntaban.

          -De suma gravedad,  -respondía.

          -¿Pero sanará? –Le objetaban los más impacientes.

          -Lo dificulto…

          -¡Qué dice usted señor! –le dijeron en el colmo de la estupefacción y la angustia los que le oyeron.

          -Es preciso que el Sr. Sandoval no observe ni conozca nada; esto le mataría más pronto.

          Doy a ustedes este pronóstico para que no les sorprenda cualquier acontecimiento, pero les prohíbo divulgarlo, si es que estiman al Sr. Sandoval.

          No pudo el doctor sellar de mejor manera aquellas bocas.

          Recomendó el médico, algunos días después, a Sandoval, distracciones y viajes de recreo; pero este rechazó la proposición, ¡Como separarse de su madre cuyo fallecimiento esperaban de un momento a otro!

           Con ls entrada del invierno, Pensativo empeoró; su impaciencia, que era ya muy grande, la fatiga y el cansancio le abrumaban; caminaba lentamente; sus cabellos y su barba eran totalmente blancos.

          Mariona le dijo un día a solas:

          -¡Tú estás más enfermo que yo, hijo!

          -Enfermo no, pero cansado sí, madre.

          -Las luchas en las que has intervenido, los sobresaltos que has sufrido, las prisiones, y sobre todo, ese infierno de Siberia, te han hacho mucho daño.

          -Bien puede ser, pero no me duele nada; sin la fatiga, que algunas veces me roba actividad y sueño, estaría perfectamente bien; en llegando la primavera me repondré; ¡es muy intenso el frio este invierno!

          -Si lo es, hijo, pero yo entiendo que a nosotros nos va fallando el calor de la vida.

          Era ciertamente muy rigurosa el invierno, pero lo que había de cierto en el caso, era lo que decía el doctor.

          -Mariona y Sandoval se nos van.

 

 

 

 

LA MUERTE DE PENSATIVO

 

 

XV

 

           Los asuntos del Valle iban bien: las dificultades y razonamientos naturales,  en tan complicado organismo productor, se resolvían en donde surgían, ya en las asambleas de las agrupaciones de oficios, ya en las generales, que, todas reunidas, celebraban mensualmente. Sandoval, que por su débil estado no podía asistir a ellas, gozaba de los momentos más felices de su vida cuando le participaban tales sucesos.

          -La idea ya está encamada; el tiempo hará lo demás, -solía decir.

          No había entorpecimiento ni dificultad que impidieran el desarrollo y prosperidad del Valle.

          Esto le hacía exclamar:

          -En otros lugares hago falta… pero ¿mi madre? Cuando llegue la primavera ya veremos, -solía decir también.

          Mariona había decaído mucho; no era, según opinión de sus convecinos, ¡ni su sombra! Y esperaba mejorar, como su hijo, con la llegada de la primavera.

          Optimismo de todos los enfermos; pero mayor si cabe, de los enfermos de gravedad.

          La nueras de Mariona, de quien era sumamente querida, la asistían personal y semanalmente, -hubo de adoptarse este temperamento para acallas todas las susceptibilidades-, y una mañana, la que estaba de turno al llevarla su desayuno habitual, la dijo:

           -Madre, que perezoso está hoy el Sr. Sandoval.

          -¿No se ha levantado? –dijo algún tanto inquieta.

          -Aun no, -contestó la interpelada.

          -¿No?... Llégate a su cuarto y llámale.

          La nuera de Mariona así lo hizo, pero nadie contestó. Tentaciones tuvo de empujar la puerta, que estaba entornada, y entrar en la habitación pero se abstuvo, y volvió diciendo:

          -Madre, está tan dormido que no me oye.

          Mariona, toda alarmada se incorporó en el lecho y la ordenó que entrase en el cuarto del Sr. Sandoval y le llamase. Así lo hizo la joven, y aunque llamó a Sandoval, este no contestó.

          Se acercó al lecho, y en el estaba con los ojos abiertos, aunque fijos y los brazos fuera de la ropa. Volvió a llamarle y abstuvo el mismo silencio.

          Aunque con temor, se atrevió a mover a Sandoval, e involuntariamente tropezó con una de sus manos… ¡estaba helada! La joven exhaló un grito horrible y prorrumpió a llamar a su madre a gritos.

          -¡Madre, madre, el Sr. Sandoval está muerto!

          -¿Qué dices? ¿Mi hijo, mi Pensativo, está muerto? –y al acercarse al lecho donde se hallaba erguido el cadáver, gritó. -¡Hijo, hijo mío! Despierta que es tu madre quién te llama. ¡Despierta, hijo!

          A los gritos de ambas mujeres acudió más gente, y entre ellos el médico, que examinó el cadáver.

          -Lo que temía, a muerto a causa de las aneurismas del corazón.

          -¡Ha muerto mi hijo! No, eso no puede ser si vivo yo, -exclamó Mariona.

          -D desgraciadamente, es verdad, -contestó el doctor.

          Mariona vaciló y hubiera caído al suelo, si oportunamente no la hubiera recogido en sus brazos su nuera.

          -Esta señora a la cama, -dijo el doctor, y ella fue llevada completamente desvanecida.

 

 

 

MUERTE DE MARIONA

 

XVI

 

           La noticia del fallecimiento de Sandoval circulo muy rápidamente. Todo el Valle se puso en conmoción. Los trabajos se suspendieron. La casa de Mariona se vio asediada.

          Mariona, aquella pobre madre dolorida, casi aspirante, no volvió de su desmayo hasta una hora después; pero su estado era de suma gravedad, según el doctor.

          Rodeaba el lecho la numerosa familia, sumamente acogida por los acontecimientos. Con más fuerza de voluntad que física, Mariona buscó hasta hallar la mirada de su marido que se hallaba a su cabecera llorando como un niño, y tendiéndole la mano, con apenas precipitable acento,  le dijo:

          -Llora, si, pobre Pedro, llora,  es ha muerto Pensativo… ¡nuestro hijo!

          -¡Pero Sandoval era mi hijo! –balbuceo el anciano.

          -Si, Pedro, si.

          -¿Luego, tu lo sabías?...

           -Sí, ¡Perdóname, Pedro mío! Es el único secreto que he tenido para ti. Pensativo tenía proyectos muy grandes… pero las leyes civiles le impidieron  realizarlos. Quería el bien de sus semejantes; necesitaba para ello facultades que la legislación le negaba y a sus fines convenía aparecer sus herederos forzosos, para realizarlos bien cumplidamente. He ahí la causa de mi secreto.

          -Ha muerto antes de terminar su obra… y yo que por el vivía… dejaré de existir pronto…

          -¿Y que va a ser de mi, María, si tu te mueres?

          -Mariona quiso… pero no pudo contestar, apretó exclusivamente su mano y le envió su último aliento. Al breve rato había dejado de existir.

          En un mismo día y a la misma hora, la madre y el hijo fueron sepultados en el cementerio del Valle de…  Tales sucesos casaron grandísimo efecto en el Valle y todos sus contornos. El duelo fue general. ¡Era la madre y el hijo tan querido por todos!

          Las gentes del Valle sentían la desaparición de Sandoval y la sentían con toda verdad; no habían recibido de él sino beneficios; así es que, pasados que fueron algunos días que dedicaron al recogimiento y a comentar sus virtudes, los trabajos comenzaron en todas partes con el vigor de costumbre, y así siguieron algunos meses sin que se notara el menor rozamiento ni surgiera la más pequeña falta en aquel conjunto extraordinario de organismos productores.

          Todo marchaba bien. La sombra de Sandoval les acompañaba en todas sus empresas, decían.

          Un día se presentó un funcionario público, e inquirió, preguntó y escribió; y de sus resultas el fisco intentó incautarse de toda la riqueza agrícola y fabril que en el Valle existía. Sandoval no había dejado testamento alguno.

          Si Sandoval tenía herederos, ustedes saben que aquellos bienes deberían ser considerados con mostrencos y pasar al Estado, pero a pesar de los instintos de codicia que al denunciador guabán, resultó del juicio que de ab intestato, que Sandoval no era otro que Pensativo. Y este tenía heredero forzoso en su padre, a quien se le adjudicó toda la masa de bienes que resultó liquidada.

          Andando el tiempo éstos se partirán entre  sus hijos,  nietos y demás descendientes, con lo que el nobilísimo sacrificio del hijo de Mariona y aun de esta misma habrá resultado estéril, y observen ustedes que será todo tan desdichado suceso, no a la ignorancia de los hombres, no; sencillamente a la deficiencia legal.

          Y no hay que recriminar individualmente a nadie por ella, aunque si de un modo general a cuantos se empeñan en moldear la sociedad moderna en leyes propias de otros tiempos y otras necesidades, y olvidándose de las evoluciones naturales del progreso, se asustan de toda innovación en el terreno meramente  especulativo y resisten a todo hecho práctico.

          El cuento, señores, ya está terminado; y a modo de sainetero pido humildemente perdón por sus muchas faltas; mas antes de despedirnos, ruego a ustedes mediten sobre la siguiente pregunta:

          -¿Quién sirve mejor a la humanidad,  aquellos hombres que mediante las inflexibles teorías científicas la empujan hacia adelante, o aquellos que, por sus cortos alcances, o quizás por sus egoístas fines se empeñan en detener los movimientos iniciales del progreso?

(Centro de amigos de Reus, Primer Certamen Socialista, Barcelona, 1885)

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

 

 

         

         

         

                      

 

 

           

      

 

 

 

 

 

 

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